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18/08/2024

El dramático escape del soldado que huyó de los nazis a pie entre las montañas heladas de Noruega

Fuente: telam

Jan Baalsrud sobrevivió tres meses en condiciones extremas. Quedó prácticamente ciego por el frío y cuando la gangrena comenzó a devorarle los pies, no tuvo más opción que amputarse nueve dedos con su propia navaja

>Jan Baalsrud había nacido en Oslo, Desembarcaron en la costa noruega con la esperanza intacta de liberar su país. Pero en ese rincón helado, donde el silencio se rompe con el sonido de las botas alemanas, el destino ya estaba trazado. El grupo fue traicionado, y el plan, cuidadosamente orquestado, se desplomó. En cuestión de horas, el suelo blanco se tiñó de la sangre de sus compañeros, mientras Jan, herido y descalzo, se internaba en la inmensidad blanca, solo con su desesperación. Las balas lo rozaron, y el frío lo envolvió como un sudario, pero siguió adelante, escalando barrancos, atravesando fiordos y huyendo de la muerte que le pisaba los talones.

Lo que siguió fue una lucha feroz contra la naturaleza y contra sí mismo. Durante tres meses, Baalsrud vagó por las heladas montañas noruegas. A medida que los días se alargaban en noches eternas, el frío se convirtió en su enemigo más íntimo. Perdió la vista, congelado por la nieve, y cuando la gangrena comenzó a devorarle los pies, no tuvo más opción que amputarse nueve dedos con su propia navaja. Su cuerpo se transformaba en un instrumento de supervivencia, resistente pero frágil, mientras su espíritu permanecía inquebrantable.

La misión estaba diseñada como un golpe certero, un sabotaje planeado con precisión quirúrgica. Jan Baalsrud y once hombres más habían zarpado desde las islas Shetland, navegando en un pequeño pesquero cargado con toneladas de explosivos ocultos bajo su cubierta. El destino era la costa noruega, un lugar donde la guerra se libraba en cada sombra y cada aliento. La meta: destruir una torre de control de la Luftwaffe y, de paso, sembrar el caos entre las fuerzas alemanas. Aquellos comandos no eran simplemente soldados; eran hijos de Noruega, devueltos a su tierra para pelear por su libertad, para devolver el golpe a los invasores que habían usurpado sus hogares.

Pero la guerra rara vez respeta los planes humanos. Apenas habían tocado la helada orilla cuando la traición hizo su aparición. Un civil, un hombre cualquiera que debería haber sido su contacto seguro, se transformó en el verdugo que selló su destino. Informó a los nazis, y en cuestión de horas, el aire se llenó del sonido atronador de las ametralladoras.

El plan, aunque ambicioso, estaba condenado desde el principio. Sin embargo, su fracaso no solo marcó el fin de una operación; fue el comienzo de la leyenda de Baalsrud. Mientras sus compañeros yacían muertos o capturados, él seguía moviéndose, una sombra en el paisaje invernal, siempre un paso por delante de sus perseguidores.

El paisaje noruego, con sus montañas imposibles y sus glaciares letales, se convirtió en su campo de batalla personal.

El escape de Baalsrud no habría sido posible sin la ayuda de sus compatriotas noruegos y los samis, una comunidad indígena del norte de Europa. Estos valientes aliados lo transportaron en trineo hasta la frontera con Finlandia, desde donde pudo cruzar a Suecia, un país neutral durante la guerra. Una vez en suelo sueco, Baalsrud fue internado en un hospital en Boden, donde pasó siete meses recuperándose de sus terribles heridas.

Recuperado en parte, regresó al Reino Unido en un avión Mosquito de la Royal Air Force. Allí, lejos de retirarse, se dedicó a entrenar a otros noruegos para continuar la lucha contra los ocupantes alemanes.

Falleció el 30 de diciembre de 1988, dejando tras de sí un legado que seguiría resonando mucho después de su muerte. Aunque lejos de Noruega, su memoria fue honrada en su tierra natal de manera constante.

En Troms, una región que había sido parte crucial de su escapatoria, se celebra cada julio una marcha en su honor, una peregrinación que sigue el arduo camino que él recorrió, durante nueve días, a través de las montañas y los fjiordos. Baalsrud plass, un prado en Oppegård, lleva su nombre, como un testimonio más de la gratitud y el respeto que su historia generó entre su pueblo.

El impacto de su historia fue tan profundo que no tardó en llegar al cine. En 1957, la película “Nine Lives” llevó la historia del militar a la pantalla grande. Dirigida por Arne Skouen, esta obra maestra del cine noruego capturó la esencia de la lucha del hombre contra los elementos y contra sí mismo, recibiendo una nominación al Oscar a la mejor película extranjera.

Décadas más tarde, en 2017, otra película, “El duodécimo hombre”, volvió a narrar su historia, esta vez con una visión moderna que combinaba la crudeza de los hechos con una cinematografía deslumbrante. Ambas películas no solo perpetuaron su legado, sino que también atrajeron a nuevas generaciones a conocer su historia.

Estos relatos no son meros ecos del pasado; son recordatorios constantes de lo que significa la lucha por la libertad y la dignidad humana. Cada proyección, cada lectura de “Nosotros morimos solos”, mantiene viva la memoria de Baalsrud, no solo como un héroe de guerra, sino como un símbolo de la resistencia humana frente a las adversidades más extremas. En el MUNA, en Tenerife, donde la leyenda pasó sus últimos años, su historia sigue siendo contada, proyectada en las sombras de la sala de cine, donde la imagen de un hombre solo, en un paisaje infinito de nieve, sigue recordando a todos la fragilidad y la fortaleza del espíritu humano.

Fuente: telam

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